Las encuestas indican que la televisión se ve en la mayoría de los hogares durante unas treinta y cinco a cuarenta y cinco horas por semana. Ése es un tiempo igual al que muchas personas dedican a sus trabajos, y mayor que el que se destina a la escuela. Se trata de la herramienta de socialización más poderosa que existe. Y cuando vemos la televisión estamos sometidos a la exposición de todos los valores que se enseñan a través de ella. Esto puede influir en nosotros de un modo muy sutil e imperceptible.
El ver la televisión con sensatez exige una autoadministración efectiva del tercer hábito, que nos permite diferenciar y elegir los programas informativos, inspiradores o de entretenimiento que mejor sirven y expresan nuestros propósitos y valores.
En mi familia sólo vemos la televisión unas siete horas a la semana, una hora al día por término medio. En una reunión de familia hablamos sobre ello y consideramos algunos de los datos acerca de lo que está sucediendo en los hogares a causa de la televisión. Descubrimos que al examinar el tema en familia, cuando nadie está irritado o a la defensiva, la gente empieza a darse cuenta de la dependencia enfermiza que significa volverse adicto a una serie o a la visión constante de determinado programa.
Tengo razones para estar agradecido a la televisión y a muchos programas de alta calidad, educativos y de entretenimiento. Ellos pueden enriquecer nuestras vidas y ayudar significativamente al logro de nuestros propósitos y metas. Pero con muchos programas simplemente perdemos el tiempo, no hacemos un buen uso de nuestras mentes; otros, si lo permitimos, influyen en nosotros de modo negativo. Lo mismo que el cuerpo, la televisión es buen siervo pero mal amo. Tenemos que practicar el tercer hábito y administrarnos efectivamente para maximizar el empleo de todos los recursos en el logro de nuestras misiones.
La educación (la educación continuada, que sin cesar pule y amplía la mente) es una renovación mental vital. A veces supone la disciplina externa del aula o programas de estudio sistematizados; más a menudo no lo hace. Las personas proactivas pueden imaginar muchos modos de educarse.
Resulta extremadamente valioso adiestrar la mente para que tome distancia respecto de su propio programa, y lo examine. Ésa es para mí la definición de la educación humanística: la capacidad para examinar los programas de la vida, en el marco de otros paradigmas, y de los interrogantes y propósitos de mayor alcance. El adiestramiento, sin una educación de ese tipo, estrecha y cierra la mente, pues los supuestos subyacentes de ese mismo adiestramiento nunca son objeto de examen. Por ello, es tan valioso leer con amplitud y exponerse a los grandes pensadores.
No hay mejor modo de informar y ampliar regularmente la mente que acostumbrarse a leer buena literatura. Ésa es otra actividad del cuadrante II altamente potenciadora. Permite penetrar en las mejores mentes del presente y el pasado del mundo. Yo recomiendo con énfasis ponerse como meta un libro por mes, pasar luego a un libro por quincena, y después a un libro por semana. «La persona que no lee no es mejor que la persona analfabeta.»
La literatura de calidad, como la de los grandes libros, los clásicos universales, las autobiografías, el National Geographic y otras publicaciones que amplían nuestra conciencia cultural, así como la bibliografía de diversos campos, pueden ampliar nuestros paradigmas y afilar nuestra sierra mental, en particular si al leer practicamos el quinto hábito y procuramos comprender primero. Si nos apoyamos en nuestra autobiografía para formular juicios prematuros antes de haber comprendido realmente lo que el autor tiene que decir, limitamos los beneficios potenciales de la experiencia de la lectura.
Escribir es otro poderoso modo de afilar nuestra sierra mental. Llevar un diario con nuestros pensamientos, experiencias, comprensiones y aprendizajes promueve la claridad, la exactitud y el contexto mentales. Escribir buenas cartas (comunicándose en el nivel más profundo de los pensamientos, sentimientos e ideas, y no en el nivel trivial y superficial de los acontecimientos) también incide en nuestra capacidad para pensar con claridad, para razonar con precisión y para ser comprendidos con efectividad.
Organizar y planificar son otras formas de renovación mental asociadas con los hábitos segundo y tercero. Esto es empezar con un fin en mente y ser mentalmente capaz de organizar y alcanzar ese fin. Es ejercitar el poder de visualización e imaginación para percibir el fin desde el principio, y ver la totalidad del viaje, si no paso por paso, por lo menos en general.
Se dice que las guerras se ganan en la tienda del general. Se afila la sierra en las tres primeras dimensiones (la física, la espiritual y la mental) con la práctica que yo denomino «victoria privada cotidiana». Y le recomiendo al lector que se dedique una hora al día, durante el resto de su vida.
No hay ningún modo de pasar una hora que pueda compararse con la victoria privada cotidiana, en términos de valor y resultados. Influye en todas las decisiones y relaciones. Mejora extraordinariamente la calidad, la efectividad de todas las otras horas del día, e incluso la profundidad y el descanso del sueño. Otorga la fuerza a largo plazo física, espiritual y mental que nos permite afrontar con éxito los desafíos difíciles de la vida.
En palabras de Phillips Brooks, Algún día, en los años venideros, usted luchará con la gran tentación o temblará bajo el peso de la mayor tristeza de su vida. Pero la lucha real está aquí, ahora... Ahora se está decidiendo si, en el día de su suprema tristeza o tentación, usted fracasará miserablemente o vencerá con gloria. Sólo es posible formar el carácter por medio de un proceso continuo y constante.
Stephen R. Covey, Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva. Pag. 182-184